El Jockey, una película que de turf no tiene nada. El film de Ortega es entre bueno y raro

 



Lo primero para saber es que El Jockey no es una película de turf. No busque en la obra de Luis Ortega una historia de caballos porque no la encontrará. Para eso espere al estreno de la demorada serie Matungo.

Nahuel Pérez Biscayart, el protagonista que hace las veces de jinete en la película y desde donde se cuenta una vida sórdida, podría haber interpretado a un boxeador que su trabajo sería igualmente bueno. Tragicómica, psicodélica, cercana al cine negro, El Jockey tiene de turf apenas su nombre y cuando se mezcla con la actividad hípica resalta aspectos oscuros de otros tiempos en el deporte.

La mafia del turf no existe como tal y el espectador desprevenido puede llevarse un mensaje erróneo. Pero como afirmó su director en algunas entrevistas previas al estreno, en El Jockey todo es ficción.

Ortega es el hijo de Palito, cuyos caballos eran montados por Leguisamo en los hipódromos cuando el cineasta era niño. Cuenta la historia de un joven que pierde la línea en la vida, consume, se pone en pareja con una jocketa gay y se mezcla con inescrupulosos propietarios de caballos.

Desde esa base argumental Ortega construye una película sin el lenguaje de las palabras, rompiendo estructuras clásicas para ser analizada desde el diván más que desde una butaca de sala cinematográfica. Hay mucho de onírico, entre líneas, surrealismo. Mucho para decodificar.

Manfredini, el jinete, brillantemente acompañado por la española Úrsula Corberó en el papel de la amazona, da vida a un antijockey. Una balanza sólo podría emparentar a Manfredini con los jockeys de la vida real. Lo demás, por suerte, es pura ficción.



En Titanic -once premios Oscar-, el espectador comprende rápido el mensaje de una trama de amor entre distintas clases sociales, ambientada en una tragedia marina. En El Jockey, Ortega deja librada la interpretación a la agudez de cada uno de los que pagaron la entrada.
Por momentos parece un film esquizofrénico, sin pie ni cabeza. Impacta por lo diferente. Está entre lo bueno y lo raro.

La industria del cine suele pedir películas comerciales, taquilleras, y da menos oportunidades a rodajes donde el ejercicio intelectual completa lo audiovisual, pero no ha sido este el caso, apoyada por más de una veintena de productoras.

Palermo fue una de las locaciones utilizadas; se lo ve magnífico al Argentino en pantalla grande; Antonio Bullrich, Diego Notario y Constanza Pulgar también aparecen en los títulos.
Ortega le dio un espacio a actores no profesionales en su cinta. El jockey Aníbal Cabrera fue doble de riesgo de Pérez Biscayart.

La película fue preseleccionada para competir por los Oscar en la categoría mejor extranjera.

Vista con ojos de burrero es para levantarse del asiento y marcharse a la media hora. Una mirada sin prejuicios permitirá entender que El Jockey, cuyo primer nombre era Cabeza de Sandía, son varias películas en una. O ninguna. Menos pochoclera.

A criterio de este espectador, que abandonó la sala a la mitad de El Silencio de los Inocentes y se durmió con El Secreto de sus Ojos, El Jockey es una peli de tres estrellas. Igual, es probable que me equivoque con la calificación.
⭐️⭐️⭐️





























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